Ver, oír, tocar, oler, saborear, ¿hay algo más?
Nos dejamos llevar por nuestros sentidos, que están orientados a percibir el mundo exterior, ¿hay algo más?
Razonamos sobre lo que percibimos a través de los sentidos, es decir, evaluamos el mundo exterior desde el punto de vista de nuestra experiencia, almacenada en la memoria. ¿Hay algo además de ese mundo exterior sobre el que nuestra mente razona sin cesar?
¿Qué hay dentro de ti, dentro de mí, dentro de nosotros?
La verdad, respuesta a la pregunta subjetiva, es subjetiva.
¿Y si dejamos a un lado el paradigma del yo?
¿Hay una vibración que además de sentirla yo, la compartimos? Entonces hay un nosotros, un océano que es más que olas o gotas de agua.
El arte es una vibración compartida.
La obra de arte es eso que, partiendo del deseo del artista, genera una vibración compartida. Es esa idea inefable, materializada, que tiene su origen en una gota y es capaz de hacer vibrar al océano.
El arte es una vibración inefable, que no es razonable porque trasciende los parámetros que abarcan nuestros sentidos, y que no es personal si no compartida.
La responsabilidad del artista es la de crear energía cuya vibración trasciende a la gota, a la ola, para penetrar en el océano.